"CUANDO TE QUEDES DORMIDO EL MIEDO TE COMENZARÀ A INVADIR"
Soledad se sentía tan abrumada por lo que ocurría que no podía hacer nada, su esencia era como el aire que acariciaba las hojas de los árboles. Soledad vio que la muerte hacia presencia ante los cuerpos de las víctimas del trueno, la muerte, extendió la mano y sujeto de la camisa al hombre, Soledad se sorprendió ver el alma del tipo que se desprendía con el jalón que estaba haciéndole, y el alma se incorporaba; el sujeto asustado, volteaba a ver sin comprender que sucedía; solo veía brumas en el lugar, la muerte hacia presencia tras de él, Soledad observaba la escena, en ese mismo momento escuchó la voz en el oído derecho que le decía –Esconde atrás del árbol y se discreta que lo que vas a ver no va ser bueno. Soledad presentía algo, el temor se apoderó de su corazón, porque sabía que algo más iba ocurrir, ella relacionó un ruido como grandes pisadas, de pronto escuchó una voz que tenía mucha maldad, una voz enojada, lo más que podía asimilar el tono de voz, era como de un hombre gordo, alto, cara enojada voz ronca y tono testarudo, como de alguien que la vida lo ha tratado mal. En ese momento recordó una parte de su niñez cuando un tipo de mucho dinero, le arrojó monedas a los pies, obligándola a ir a comprar cosas, cuando ella no era sirvienta ni criada de la casa donde visitaba, recordaba el rostro de aquel tipo que la trató peor que su servidumbre, su voz tosca le hacía tener miedo. Soledad trataba de olvidar tal hecho del pasado, pero la voz le daba tanta curiosidad que ella misma quería ver quién era la persona que estaba en ese terreno.
-¡Vengo por
estos dos! –¡vendrás por él, por el momento! –Contestó la muerte enérgicamente
-¡Sabes muy bien, que ambos han cometido errores muy fuertes en sus vidas!
–este insolente hombre por su avaricia y por procurar muerte a su esposa y ella
por bruja. Sabes muy bien que las brujas son las primeras que entran en mi
reino – de pronto el hombre comenzó a gritar despernadamente porque pudo
entender que sucedía, de tras de él; erguida con su gran manto la señora de las
sombras, frente de él; su dueño. El hombre tenía sus pies inmóviles y el miedo
lo embargaba. –¡perdón, no fue mi intención!, -de que te sirve pedir perdón,
ahora no sirve de nada, tu espíritu ahora es mío, has violado las leyes de aquel
que protege a los vivos, nada podrá hacer ya él, tengo a miles implorando en
las cavernas y en los fosos más profundos del mundo, otros consumiéndose en las
llamas como si fueran el combustible de mi gran hoguera, así como la madera se
quema, así eternamente muchos dan ese calor a mi reino, ese reino de sombras
que muchos no les preocupa en vida, son tan indulgentes, tan necios que como no ven “castigo divido”
ante sus depravaciones, dejan pasar las buenas obras para consagrar su vida a
las cosas fáciles y que oscurecen al alma –el hombre solo gritaba desesperadamente
–Soledad escuchaba aquel lamento como un tormento, y su corazón no sabía qué
hacer, pensaba en el niño, pensaba en la mujer -¿habrá muerto? – el hombre
sentía su cuerpo hundirse en un fango, la tierra se había emblandecido para
tragar su alma –¿y la mujer porque no le sacas el espíritu? -¡no puedo! Ella
aun está viva, -¿por qué? –¡observa su mano! –una mano de dedos largos y uñas
como garras negras, se estiraron para tomar la muñeca de la mujer y vio la
mano, la línea de la vida y la cortada
que tenia había roto la piel un poco antes de que esta terminara, el símbolo
era claro, la mujer imploró no sólo a la muerte sino también a Dios, la
oscuridad comprendió que ella había sido ayudada por alguien con más poder -el
diablo se inclinó y puso su aspecto desfigurado frente al rostro de la mujer
–vendré por ti cuando sea momento y te haré pasar todo un tormento aun en vida,
por esta traición; tú no debiste implorar en vida, ¡no!, solo por eso te dejaré
sufrir para que implores nuevamente la presencia de la muerte, y tú –dirigiéndose
al ente con la túnica oscura- no le concederás nunca más tu presencia –la mujer
comenzó a toser tratando de jalar aire para volver a respirar- ¡y tú! No
tendrás eso que tanto quieres, Dios respondió mi suplica para defender lo que
más amo y sé que por la parte que tu deseas dañarme, “pax hominibus interra et
gloria in excelsis Deo” recitó la mujer, haciendo referencia al canto ortodoxo,
invocando a Dios, se escucho como un fuerte quejido que venía de aquel ser que
al momento de recitarlo lo arrojó lejos del lugar donde estaba ella aun con
vida. -¡recuerda! Tenemos un trato- dirigió la muerte sus palabras en cuanto se
evaporaba por la oración.
La mujer con
grandes esfuerzos se pudo incorporar y sentía que su cuerpo no tenía fuerzas,
era como si habitara dentro de un guante, un guante que no era de su medida,
como aquel que se pone una prenda que no es de su talla y le queda demasiado holgado,
se arrodilló y pidió disculpas, e imploró a Dios, pidiendo perdón, agradecía
que le diera aquel momento para salvar la vida de su hijo. Arrastrando los pies logró caminar
hasta el árbol tomó su bebé y caminó hasta el camino de tierra que atravesaba
el llano, con pocas fuerzas iba diciendo –te deseo un padre ejemplar, aquel que
no te pude dar, te deseo una casa donde te den amor y te sepan cuidar, te deseo
seas hombre de bien y que ayudes a tu prójimo, que no desees lo de otros y que
te llenes de alegrías, que tengas una madre que te haya estado esperando en su
vida, que seas su destino, que Dios te bendiga hijo –cuando se acercaba al
camino un joven de unos 25 años caminaba dirección a la mujer con vestido en harapos, sucia, con quemaduras en
la cara, cabellera desecha por la gran descarga eléctrica que había recibido,
caminaba tambaleándose de un lado a otro, sus ojos comenzaron a lagrimear,
decía con poca fuerza en la voz –que este hombre sea el indicado porque mi
tiempo esta contado, señor, nada es casualidad, si él camina a mi dirección, es
porque este niño, en sus brazos debe estar- la mujer tomó fuerzas y caminó
decidida a entregar en los brazos de aquel joven a su hijo.
Héctor veía
que una mujer salía de los grandes árboles que estaban a la horilla del camino,
su aspecto era deplorable, apenas podía sostenerse; pero veía que cargaba un
bebé el cual no paraba de llorar, Héctor pensó que la mujer necesitaba ayuda,
se dirigió a paso veloz para saber que ocurría, veía movimiento en los arbustos,
su pecho se acongojó al ver la escena pero a la vez sintió temor porque intuía
que escapaba de algo, estando a unos pasos cerca de Héctor la mujer con un
último esfuerzo levantó el bebé como señal de que lo debería de tomar, cuando estuvo cerca se lo entregó en brazos de
Héctor y la mujer se desplomó sobre el piso de tierra, Héctor no sabía qué
hacer -¡Señora!, ¿me escucha? -¡toma al niño!, ¡te lo imploro, dale una casa! Y
que sea feliz, no dejes que haga nada malo, cuida de él. -¡señora! -¿me escucha?
–Héctor vio los ojos de la mujer, y la mujer lo reconoció –Vas a ser muy buen
padre, porque usted viene de buena familia – esas fueron las última palabras
que Héctor escuchó pronunciar a la mujer.
El viento
comenzó a soplar y sintió tanto frio, que no entendía lo que estaba pasando,
Héctor se arrodillo a lado de la señora y el bebé no paraba de llorar, tal vez
fue el día que Guillermo lloró más que nunca; porque todo el prodigio que pasó
nunca detuvo el llanto.
Soledad veía
con gran tristeza la escena y su pecho desgarrado, por ver a su hijo con un
pequeño niño desventurado que la vida le había arrebatado a su madre y su vida
esté impregnada por el misterio de la muerte, la impotencia de Soledad de no
poder cambiar ese pasado y ser solo un
simple espíritu reviviendo un capítulo de la historia. Su dolor ante el pasado
era grande porque pensó que así como ese momento; existen en la vida de cada
ser humano una historia desgarradora que se evita siempre recordar, para evitar
llorar o sentir ese ardor en el pecho que duele, que hace que se abra el pecho
para dejar salir las lagrimas del corazón. La impotencia era lo que más la
mataba, ella lloraba; su dolor fue tan grande que la hizo caer arrodillada para
poder soportar el dolor, solo aquel gran árbol en el llano era su cobijo y era
parte de la historia que acobijaba el inicio de la vida de su nieto.
Héctor, volteó
a ver a todos lados para ver que podría hacer, a lo lejos reconoció una pequeña
casa al final del camino, se incorporó y caminó a paso veloz hasta la casa con
bebé en brazos, la desesperación por tratar de ayudar a la mujer era tal que
nunca en su vida se había sentido tan angustiado, al llegar a la casa tocó la
puerta avisó a la gente que habitaba ahí y la gente salió corriendo para
socorrer a la mujer, las señoras, niños y hombres que estaban ese día en ese
lugar corrieron al saber la noticia, la gente corrió; al llegar al lugar no
vieron a nadie, inspeccionaron el campo y
vieron solo el cuerpo del hombre con la piel de la cara reventada por el
golpe eléctrico del rayo, todos echaron
a buscar a la mujer y no encontraron más que los rastros de sus pisadas que se
perdían al otro lado del llano donde la maleza no les permitía ya ver. Y de la
mujer nunca se encontró cuerpo o rastro alguno, quizás el diablo la hizo
descender al infierno junto con su cuerpo físico.
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