miércoles, 8 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


"EL HERALDO DE LA MUERTE" (2da)



-¡recuerdos hija, recuerdos!.

-el silencio se hizo en la sala y doña soledad quedo viendo a las dos mujeres ahí presentes, en el rostro de doña soledad caminaba el recuerdo de lo que fue su vida de joven y como era de hermosos los campos en sus juventud, recordó las calles sin pavimentar, y los coches que poco a poco fueron inundando las calles, aun recuerda a los rancheros montar en sus caballo y subir el cerro para ir a cultivar los campos en lo alto. El ganado atravesar el pequeño pueblo; las grandes casas impregnadas de familias numerosas, con sus solares y el famoso árbol en el centro de la casa. Ese instante era como si el tiempo se detuviera y todos los que estaban presentes se diluyeran en el viento para dar paso al tiempo que se ha ido, para dar vida nuevamente a las risas de niños, al claro del cielo y las noches cuando no existía luz, recordar cómo el mundo se fue modificando poco a poco, de la primer impresión de escuchar de niña a una persona encerrada en una pequeña caja de madera, pero en realidad estaba en otra parte de la geografía, lo que era la primera radio que conoció.

El recuerdo de Juanita llorando debajo de un árbol porque su vestido más bonito se había roto y los gajos de tela quedaron amarrados en el corral, la pequeña niña lloraba, por su vestido blanco con sus pequeños encajes estaban destrozados y temía porque su mamá le fuera a regañar. Soledad la vio ahí solita debajo del árbol esperando que ocurriera un milagro.

-¿Qué te pasa?

-se escuchaba solo el seseo y los pucheros de una niña de 5 años que no sabia que hacer. Soledad volteaba a ver si había más niños cerca; y no entendía porque aquella niña de trenzas con un vestido floreado estaba desgajada, volteó sobre el corral y vio que unas tiras de tela estaban colgadas del alambre, Soledad caminó hasta ellas y las tomó con las manos. Miró a la pequeña Juanita taparse la cara con las manos y cuando veía su vestido su llanto era incontrolable. -¡hola!; ¿lloras por tu vestido? - ¡Si! (se escuchaba el llanto), -no llores no pasa nada –(con pucheros) –si, si pasa, ¡mi mamá me va moler a palos por lo que he hecho! -comentaba Juanita sin dejar de llorar -¿pero por qué? Si solo es un pedazo de tela. -¡no! No es solo un pedazo de tela, es mi regalo de cumpleaños. Mi mamá me dijo que lo cuidara muy bien, porque entre ella y mi papá juntaron los pocos centavos que podían de la venta de maíz y me regalaron este mi vestidito para este día tan especial, me recomendaron muy bien que yo lo cuidara, que si no lo hacía era como si no los quisiera; que el esfuerzo que ellos hicieron no valía la pena…-Soledad se quedo pensando ¿Qué le podía decir aquella pequeña niña? –no, no llores –soledad se sentaba a su lado para abrazarla – no fue tu culpa que el vestido se hubiera roto, no significa que te pongas así de triste; además con hilo y una aguja se puede remendar este pedazo de tela. -¡no!, ya no se puede… -¡si!, si se puede… -¡no; porque va quedar parchado, y el hilo se verá! – pero se puede arreglar -¡no entiendes!; no es el vestido, son mis papás; ¡estoy muy triste porque ellos van a pensar que no los quiero, y no es así, yo no tengo la culpa que don Jacinto sacara sus vacas del corral; estas están grandotas y cachudas… a mi me da mucho miedo las vacas, por eso me brinque el alambrado por miedo a ellas -¡te iba a preguntar eso! -¿Qué? – ¿de por qué estaba un trozo de tu vestido en el alambre?…-¡por eso!- contestó la niña de golpe y con un tono de berrinche –no te preocupes; pero… ¿cómo te llamas? – Me llamo Juana María, pero me gusta que me digan Juanita; -Juanita yo soy Soledad, y digo que no debes de llorar -¿Por qué no?, ¿no vez que voy a romperle el corazón a mis papás?; me siento muy triste, porque mi mamá se ha puesto a trabajar lavando ajeno para ahorrar y regalarme mi vestido, y yo soy una m-a-l…a-g-r-a..d-e-c-i-d-a! –se soltó en llanto imparable; y soledad no sabía qué hacer… ella solo se quedó a su lado, con su mano derecha con el pedazo de tela y Juanita llorando en su hombro. La sombra de un árbol de tamarindo las cubría, los rayos del sol atravesaban la copa del árbol, sus rayos de luz chocaban contra la tierra, Soledad veía como danzaba la luz cada vez que soplaba el viento, era algo irónico que la luz bailara al compás del llanto de una niña, que veía su futuro como una pequeña inconsciente que no quiere a sus papás…-¡te puedo apostar algo! –Juanita dejó de llorar -¿apostar?, ¡yo no quiero apostar!; eso es cosa para adultos y borrachos – se soltó en risa Soledad – no Juanita no te quiero apostar dinero… eso ni yo lo tengo; pero podemos apostar ahora y pagar cuando estemos grandes. -¿en serio podemos apostar?- si, para que tú no te asustes, así cuando seamos grandes las dos tendremos que pagar -¿y tú qué es lo que quieres apostar?- ¡tu vestido!- ¿mi vestido? -¡si es muy bonito!- ¿aparte de que se rompe tu me lo quieres, q-u-i-tar? –Juanita no concebía tan mala suerte; de tener que lidiar con unas vacas que le han amargado la vida, ahora lidiar con una loca, que quiere apostar por un vestido roto y para el colmo, no sabía que era apostar. -¿pero qué ganas o que gano?, porque según los adultos apuestan porque tratan de ganar algo –mira algo que me ha enseñado mi padre que suponer cosas del futuro nos dan miedo y por eso lloramos, que si tratamos de apostar a algo, igual se pierde o se gana; la verdad yo tampoco he apostado, pero ahora que te veo y sé que es algo que no me está ocurriendo a mí, veo y trato de comprender las palabras de mi papá cuando me dice que el miedo nos hace llorar, ¡creo que podríamos apostar!- ¿pero apostar que?. –De que si les explicas que pasó a tus papás, ellos no se van a sentir defraudados- ¿Cómo que no?, mi papá es capaz de molerme a palos por lo que hice –pero no fue tu culpa- ¡si hubiera tenido el coraje no me habían dado miedo las vacas! -¿y si estuvieras ahora llorando porque una te corneo?-¡por eso hui! -¡vez! Solo tenías miedo y saliste corriendo sin medir la consecuencia, porque tenías necesidad de protegerte. Tomaste una decisión, no deberías sentirte mal, de cualquier forma estas evadiendo el destino, ¡si te van apalear te van a palear, sino hubiera sido la vaca, va ser tu papá! –Juanita tan pequeñita, tenía los ojos retraídos, las pupilas dilatadas, porque aun siendo tan pequeña, las cosas que decía Soledad le hacían dar vueltas la cabeza, era la primera vez que entendía sobre el destino, y que era algo inevitable, y ¡ella soltó el llanto con más ganas! -¡Perdón, perdón!, no fue mi intención, creo que soy muy apresurada para hablar y lo dije sin pensarlo, o más bien, no sé qué me inspiró a decirte esto…-Juanita no sabía cómo controlar su desdicha, ahora era Dios quien estaba contra ella y la apaleada iba ser inevitable, ahora se sentía culpable porque desafió la voluntad de Dios al no dejarse arrastrar por una vaca; la vida no podría ser tan mas grosera con ella. –Si tienes valentía, tus papás te van amar…-¿c-o-m-o? -¡Sí!; los papás aman a los hijos valientes -¿Por qué?- porque los papás, admiran eso- ¿sí?-¡sí!, ¡por eso mi papá me quiere mucho! -¿tú eres valiente? –¡claro que sí! –Hablaba muy segura Soledad- ¿y cómo eres valiente? -Preguntó Juanita dejando de llorar porque, quería saber el secreto y si con la formula de Soledad podía evadir su destino, tomaría el consejo. –mira yo soy valiente…-y Soledad se quedó sin discurso; la niña de nueve años que era en ese momento no sabía de dónde sacar la respuesta a su afirmación, para poder distraer a la pequeña Juanita de su atolondrada vida; Soledad se sacó una carta bajo la manga para poder persuadir a la niña –te voy a decir… pero tú tienes que aceptar mi apuesta; -¿sigues con lo del vestido?- ¡sí! No voy a cambiar mi apuesta, ¿aceptas o no?- si es para que me digas el secreto, y salvarme de mi destino, ¡acepto! –bueno, yo soy valiente…-Soledad tenía que sonar muy segura para que Juanita la entendiera y creyera su parlamento; pero Soledad se acordaba muy bien de lo que tenía mucho miedo y ella pensó que tenia de dar un ejemplo de aquello que le aquejaba y presumir que había vencido su miedo. –¡yo no le tengo miedo a la oscuridad y a los seres que viven en el! -¿no le temes a la noche? -¡no! Por eso mi papá me quiere porque soy valiente!- con una voz de retadora la niña dijo sus frases –¿y cómo puedo ser valiente? –sencillo… debes de llegar a tu casa segura de ti misma, decirle que paso a tu mamá para que después le diga a tu papá, le inventas que la vaca te siguió y te quiso arrastrar y que tuviste que cruzar el alambre del corral y por eso se te rompió el vestido, pero que tú no podías enfrentar a un animal que te superaba en kilos, y le dices que esa vaca era de las más bravas pero que corriste para salvar tu vida porque no tenias otra opción; pero… se lo tienes que decir sin llorar, para que vean que eres fuerte y que luchaste por tu vida -¿enserio?-si tu hazlo; si los convences, me vas a tener que regalar un vestido cuando seas adulta, si yo pierdo, te voy a regalar un vestido, ¿aceptas la apuesta? -¡sí!- Juanita conoció que era tener esperanzas y tratar de confiar en la certidumbre de que si se comportaba como Soledad decía todo iba salir bien.

Soledad regreso de ese momento en el tiempo y sus ojos verdes se cubrieron de un brillo cristalino, y embozo una sonrisa de tranquilidad, ese recuerdo le daba tranquilidad, volteó al espejo de la sala y se vio con el vestido puesto, el vestido de la apuesta.

-Pueden irse tranquilas, Juanita no piensa y no quiere morir aun, ella me debía este vestido… y la verdad es que… ¡quien parte soy yo!.

El silencio de la sala se volvió pesado cuando Soledad comentó eso.

-¡Señora Soledad no diga eso por favor!, ahora ¿quién, será su sucesora?; sin usted la muerte podría llegar sin aviso, y el caos en el pueblo sería terrible porque usted de alguna manera nos mantiene al tanto… vaya es usted, bueno, usted sabe…-si no me diga más Genoveva, se a lo que te refieres, y yo no sé quien me supla, pero lo que si se es que mi partida esta próxima porque ya cumplí con mi tiempo con ustedes. –¡Abuela!- interrumpió Guillermo- ¡vez!, eso me refería con tu canción- ¡mi querido Memo!, recuerda lo del regalo, para mí no es algo malo, simplemente es una esperanza que tengo –Señora Soledad, ¿Cómo lo puede decir así tan serenamente?-interrumpió ahora Genoveva -¡cuando las cosas están en su lugar, y la paz llega plena a tu vida, lo única que te queda es descansar, ya no hay preocupación y ya no hay mas jornada por delante. ¡Además que desde la muerte de mi esposo y mi hijo no han sido jornadas gratas, pero ahora que en perdonado y entiendo los porqués de la vida, tengo ya paz- Rosario se acercó para abrazarla, y ella la tomo de la mejilla y le con lagrimas en los ojos, no sabía que decir.-no temas Rosario, tu ten tu alma tranquila, que aun no es momento de partir –¿será pronto abuela?-no aun no sé el tiempo… sólo sé que en una noche de luna llena he de tomar mi rumbo al lugar del eterno descanso. –¿y su sucesor doña Soledad? – quien me presida; ¡la muerte lo decidirá!.