miércoles, 29 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE

LA OTRA NOCHE... (Segunda)

"Hay una oración para el que teme a la noche"

Guillermo se acercó y la abrazó; ambos sus ojos se llenaron de lágrimas, madre e hijo se consentían ante aquel pasado que tuvo que enseñar de manera bruta el sabor de la vida.

Si alguien pudiera tomarles una foto en ese momento Guillermo y Rosario estarían guardados en el tiempo, conservando esa fracción de la vida plasmada en un pedazo de papel para poder ser recordados. Ambos se secaron las lágrimas y caminaron hacia la cocina que daba al extremo del pasillo donde está el ropero.

En la cocina estaba soledad, acomodando los platos en la mesa, ella los recibió a ambos con un abrazo y les dio un beso en la mejilla. Como una familia comenzaron a cocinar, Soledad preparando un poco de ensalada, Rosario amasando la harina para ornear un delicioso pan de naranja, y Guillermo en el pequeño horno de leña, cocinando. Mientras ponía la carne a cocer observaba a las dos mujeres de su vida compartiendo ese momento del día, un día tan especial, la que el Heraldo había revelado un misterio, el misterio de su propia muerte.

La noche calló y Rosario puso las velas en la mesa, las velas comenzaron a iluminar la penumbra de la habitación invitando a los habitantes de aquella casa pasar a la mesa y compartir los alimentos que con tanto carillo hicieron. La puerta de la calle se cerró, alguien había entrado al lugar, un cuarto plato estaba puesto sobre la mesa, aquel quien respondía con nombre de Gabriel, interrumpía la noche con su andar, atravesaba en la penumbra con sus pasos cansados, de un hombre que venía del campo.

¡Gabriel!, ¡hijo! ¿Qué tal te fue hoy?- se escucho el grito de Soledad que le hablaba al sujeto que entraba a la casa. -¡abuela!, ¡buenas noches! – se escucho entre las sobras la voz recia y gruesa de aquel hombre, mientras caminaba hacia la puerta de la cocina, la silueta se comenzaba a dibujar con la luz de las velas, y un hombre de unos 30 años de barba cerrada, alto, de piel a color bronce, del color que el sol le pone a los hombres del campo, cabellera castaña, con ojos redondos y pestañas tupidas, cejas gruesas. Sus prendas con el fino toque de la tierra, pantalones llenos de polvo y una camisa de cuadros, todas aquellas prendas hechas por artesanos, ya que desde hace muchos años ya no existían las tiendas donde uno podía ir a comprar la ropa ya hecha, para solo tallarse el corte y pagar por ellas, ahora era un grupo selecto de mujeres que les gustaba el oficio de hilar, hacían las telas para la gente del pueblo, por eso aquel pantalón y aquella camisa podrían hablar del arduo trabajo del hombre y del arduo trabajo de las manos que las confeccionaron para cubrir el cuerpo de aquel varón que hacia acto de presencia en la casa de Soledad.

Gabriel era el hijo mayor de Rosario, su trabajo era organizar el trabajo del campo con los campesinos del pueblo; entre todos, hacían los posible para que la tierra siempre tuviera cultivos y la gente del pueblo de la Fe tuviera alimentos para vivir; esa había sido la indicación de Julián cuando organizó al pueblo para que no murieran.

-¡Gabriel por Dios!, date un baño antes de sentarte a cenar con nosotros, te estamos esperando, pero no hay aflicción por esperarte un rato más. ¡Ve! Tómate un baño para que te sientas cómodo y compartas esta noche esta cena tan rica. –comentó Rosario. Gabriel entro aspirando el aroma del lugar y volteó a ver al pequeño horno de barro, que estaba en la cocina. -¿es lo que pienso que es?, ¡porque huele delicioso! –¡sí, pan de naranja! corre sino, no te vamos esperar –deja me apuro para venir a cenar con ustedes- Gabriel giró sobre sus pies para ir rumbo al cuarto de baño, tomó unas cubetas y entro asearse. Mientras esperaban a Gabriel para cenar, Soledad colocaba algunas velas sobre el pasillo de la casa; Guillermo la estaba observando, cuando de repente vio a Soledad sostener la mirada rumbo a la pieza de la casa donde está la sala, Soledad tenia la mira clavada al extremo del pasillo y Guillermo sintió un escalofrió, dirigió su mirada a donde Soledad tenia puesta la vista, su sorpresa fue tal, entre la oscuridad vio pasar un manto oscuro, caminó por el pasillo contrario de la casa; entró en la sala y se detuvo ahí, como si esa sombra los estaban viendo de igual manera. -¡Que es eso abuela! –Soledad salió del trance de su observación y volteó la mirada hacia Guillermo, sin saber que reacción tomar, ella solo regresó en sí -¿Qué cosa Guillermo? –Esa sombra en la sala- ¿Qué pasa? – Salió Rosario de la cocina- mamá ahí, ¡en la sala!- ¿Qué cosa? -¡la sombra!, ¿no la vez? -¡no! -¡calma Guillermo!, es sólo tu imaginación –contestó Soledad – Guillermo, no es nada –tu lo quedaste viendo, esa imagen o lo que era nos volteó a ver -¡Guillermo, puede ser que estas imaginando cosas por lo de tu sueño, recuerda que la noche confunde la mente haciendo que uno no pueda ver sombras en la oscuridad; ¡vamos a dentro! A servir la cena… -¡Pero! –¡no Guillermo, no hay peros, vamos, deja de estar viendo cosas! –Soledad caminó hasta el joven que estaba todo asustado, lo tomó del brazo y Guillermo mientras caminaba tomado del brazo por su abuela, volteaba a ver sobre el hombro con su vista rumbo al otro extremo del corredor.

(Seguirá)

viernes, 10 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


LA OTRA NOCHE

“Si tus miedos recurren una vez más a ti, es porque los fantasmas del pasado te están acosando”.





Las visitas ese día se fueron preocupadas por la revelación de Soledad, era seguro que aquella noticia correría como pólvora por el pueblo, sería tema de conversación en la casa de doña Genoveva, sin querer lo pasaría a comentar a alguien en el transcurso de su camino.

Mi madre sintió un apena muy grande en el pecho, cuando escuchaba las palabras del Heraldo, que podrían ser ya casi las últimas, porque en cualquier momento podría marcharse; ella salió de la sala y se fue a su cuarto, tal vez a llorar o simplemente corrió por la impresión de no saber qué decir.

Cuando despedimos a las visitas, fui a buscar a mi mamá, atravesé el solar, para dirigirme a su cuarto; me detuve a pensar lo vieja que era la casa, recordé que la tuvieron que comprar mis bisabuelos cuando la revolución se soltó. En un diario que es de la familia narra que mis bisabuelos salieron a mitad de la noche, bajo la total oscuridad de la pequeña finca que tenían a 40 kilómetros de este pueblo, en ese entonces, ellos tuvieron la noticia de hombres que se hacían pasar por revolucionarios; estos estaban asaltando, matando, robando y apoderándose de todas la tierras, en nombre de la revolución. Imagino el papa de mi abuelo, corriendo por la finca, recordando a su gente, tomando los caballos; ensillándolos, y despertando a todos sus hijos para partir en la noche, me transporto en el tiempo, imaginándome el miedo que dentro de la oscuridad podrían salir esos bandoleros en cualquier momento y comenzar con un tiroteo que acabaría con la vida de los campesinos, mujeres y niños de la finca. Mientras recuerdo camino por los pasillos de la casa, veo el viejo ropero de cedro que esta como un gran soldado resguardando el tiempo. Es en ese mismo instante que lo veo, recuerdo las palabras de mi padre cuando me narraba que su abuelo -tomo una carreta e hicieron subir ese ropero, fue el único mueble que lograron resguardar y sacar de la finca- ese ropero ahora resguarda el recuerdo pasmado en papel que ha sido escrito por la luz de un sol ya distante en el tiempo, cuando el color era inimaginable y las sales de plata podían a penas dibujar en blanco y negro, todo el mundo de color que existía en un lugar como una finca lleno de árboles con pinos y sabinos, ahí mismo donde quedó plasmado la creación de una fotografía del siglo XX, que tiene la crónica y la secuencia de la evolución de la fotografía, donde están las imágenes de los hermanos y hermanas de mi padre y de mi abuelo, esas fotografías que hablan de lo injusto que puede ser la humanidad cuando no te acoplas a los estándares de la época que se vive, como ha sido la moda. Es ver una pasarela dibujada con luz sobre el papel, donde los jóvenes de finales del siglo XIX usaban calzón de manta, y los terratenientes sobreros grandes y telas de campo, el bigote prominente y mal cuidado, o la barba cerrada y larga con un sobrero tipo de copa o de catrín, ver a la mujeres con sus vestidos largos y cabello recogido, sin escote, todas recatadas. Caminado en el tiempo, ver hombres de trajes de la década de los veinte y las mujeres con vestidos sin mangas con lentejuelas en las telas, tocados de plumas y la boca pintada solo por el centro, dejando sin cubrir con el labial las comisuras de los labios, esa época que mi padre me dijo que se llamo la época del charlestón.

Recuerdo una fotografía muy bonita de mi tía abuela, donde tenía el cabello sumamente bien peinado, las ondas de la cabellera no se veía ni un cabello alborotado o rebelde, finamente maquillada, con un vestido sin cuello y con guantes largos, mi padre decía que era un estilo hollywoodense de la década de los 40, época de la “Bella Vita” de un país llamado Italia decían esa expresión, pero lo más marcado fue esa tendencia que se veía de esa década hasta la época de la rebeldía, que fue los años 60´s donde los primos de mi papa, se dejaron creer el cabello, usaban playeras o camisas estampadas, era el color en su máxima expresión al parecer, pero las fotografías, mostraban un tono ocre y oxidado lo que hacía que se vieran viejas y el color no se apreciara más que en tres tonos, blanco, negro y amarillo. Los coches, las casas, las calles iban cambiando con forme pasaba el tiempo en las fotografías. Creo que la única manera de que nosotros podíamos ser mortales era por medio de la fotografía. Fue el elixir de la eterna juventud, donde uno siempre podría ser recordado con una imagen fiel; era como sacar un recuerdo de la mente y poder revivir el tiempo que se quedó congelada en ese instante.

Se me hace un nudo en la garganta y no puedo llorar, menos en estos momentos, porque no es correcto, tengo que ser fuerte, solo al ver ese tiempo que se ha ido, las personas que ya no están, entre ellos mi abuelo y mi padre, me parte el corazón, y tener la prueba fehaciente de que en ese ropero está guardado la prueba de su existencia, me hace que mi pecho se haga chiquito y me quiera romper en pedazos la existencia, ver que todas esas épocas han pasado, que están encerradas en un trozo de papel como si fueran sido conjuradas por alguien muy poderoso para que no se escaparan del tiempo y las inmortalizaran, como mi tía abuela que luce joven y con un brillo único de juventud en sus ojos, ahora no se en que parte del cosmos esté. Es tan rara la vida, y la muerte es tan misteriosa que no comprendo porque tenemos que partir, ¿no podríamos convivir todos en este mundo si necesidad de ver pasar el tiempo y desaparecer con él como un recuerdo olvidado?. Recuerdo el relato de la evolución, las fotografías de mis primos, de las fiestas de cumpleaños, de lo que fueron impresiones tomadas de una cámara digital, y lo más triste, saber que dentro de aquel guardián de madera, hay un estuche pequeño de plástico, que tiene una lamina de cobre con el recuerdo de bautizos, fiestas, graduaciones, despedidas; momentos que no se pueden ver, y que mi padre guardó para cuando todo volviera a la normalidad, y tuviéramos tiempo de compartir juntos esos recuerdos que están escondidos en una minúscula lamina de cobre y plástico. ¡Qué triste!, así como mi abuelo resguardo el ropero de aquella noche de caos, donde todo su capital se perdió en manos de gente mala, mi papá resguardo un trocito de carbono donde se guarda el recuerdo de muchas cosas bonitas compartidas con personas, familiares, amigos y gente que hoy ya no están con nosotros.

Creo que en cada década, en cada era, en cada momento hay un fin del mundo; para mi bisabuelo fue perder todo y comenzar de cero comprando esa casa vieja que había de heredar mis abuelos y que sería de mi padre y tal vez mía en algún momento, y para nosotros, fue perder todo lo cómodo que era el mundo, cuando el sol hizo estragos sobre la tierra y todos los sistemas colapsaron.

Mientras estaba absorto por las cosas del pasado, mi madre salió de su cuarto y me quedó observando y me dijo –Guillermo algún día tendremos la oportunidad de ver esos recuerdo, pero no es el momento, y si llega; juntos compartiremos eso que tanto tu padre quería hacer contigo: recordar y revivir el pasado, para saber que el futuro siempre va ser bueno- mi madre sonrió y me dio esperanza, el nudo que sentía en mi pecho se borro con su linda sonrisa. –¡camina!, vamos hacer de cenar porque hoy tenemos que verlo como un festejo -¿cómo un festejo? -¡si!, ¿no vez que siempre que nos encasillamos en una rutina perdemos la noción del ritual, de aquello que vale la pena ser disfrutado con cuidado, por el cuidado que se tiene que llevar?, antes que todo acabara, nos olvidamos de ver al sol o el atardecer, porque mucha gente ya no tenía la oportunidad de contemplar un ocaso, y cuando lo podían hacer, iban preocupados por llegar a tiempo a otro compromiso que tenían, ya no se reunían en familia para hacer de comer o cenar, era preferible aprovechar el tiempo en comer algo rápido y no perder el detalle de lo que pasaba en la televisión, se nos olvidó lo importante de compartir y servir, de sentir esas ganas de ser detallistas con las personas que queremos, mientras cocinábamos compartir una vivencia del día o soñar de las cosas buenas que podrían ocurrir en nuestras vidas. Se nos olvidó alimentar nuestras esperanzas, y reunirnos para darnos ánimos y desearnos que al siguiente día fuera un día que valiera la pena vivir. –Rosario tomó un suspiro y quedo viendo al vacio con la mirada perdida - ¡se nos olvidó!- Guillermo se acercó y la abrazó ambos sus ojos se llenaron de lágrimas, madre e hijo se consentían ante aquel pasado que tuvo que enseñar de manera bruta el sabor de la vida. (seguirá)

miércoles, 8 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


"EL HERALDO DE LA MUERTE" (2da)



-¡recuerdos hija, recuerdos!.

-el silencio se hizo en la sala y doña soledad quedo viendo a las dos mujeres ahí presentes, en el rostro de doña soledad caminaba el recuerdo de lo que fue su vida de joven y como era de hermosos los campos en sus juventud, recordó las calles sin pavimentar, y los coches que poco a poco fueron inundando las calles, aun recuerda a los rancheros montar en sus caballo y subir el cerro para ir a cultivar los campos en lo alto. El ganado atravesar el pequeño pueblo; las grandes casas impregnadas de familias numerosas, con sus solares y el famoso árbol en el centro de la casa. Ese instante era como si el tiempo se detuviera y todos los que estaban presentes se diluyeran en el viento para dar paso al tiempo que se ha ido, para dar vida nuevamente a las risas de niños, al claro del cielo y las noches cuando no existía luz, recordar cómo el mundo se fue modificando poco a poco, de la primer impresión de escuchar de niña a una persona encerrada en una pequeña caja de madera, pero en realidad estaba en otra parte de la geografía, lo que era la primera radio que conoció.

El recuerdo de Juanita llorando debajo de un árbol porque su vestido más bonito se había roto y los gajos de tela quedaron amarrados en el corral, la pequeña niña lloraba, por su vestido blanco con sus pequeños encajes estaban destrozados y temía porque su mamá le fuera a regañar. Soledad la vio ahí solita debajo del árbol esperando que ocurriera un milagro.

-¿Qué te pasa?

-se escuchaba solo el seseo y los pucheros de una niña de 5 años que no sabia que hacer. Soledad volteaba a ver si había más niños cerca; y no entendía porque aquella niña de trenzas con un vestido floreado estaba desgajada, volteó sobre el corral y vio que unas tiras de tela estaban colgadas del alambre, Soledad caminó hasta ellas y las tomó con las manos. Miró a la pequeña Juanita taparse la cara con las manos y cuando veía su vestido su llanto era incontrolable. -¡hola!; ¿lloras por tu vestido? - ¡Si! (se escuchaba el llanto), -no llores no pasa nada –(con pucheros) –si, si pasa, ¡mi mamá me va moler a palos por lo que he hecho! -comentaba Juanita sin dejar de llorar -¿pero por qué? Si solo es un pedazo de tela. -¡no! No es solo un pedazo de tela, es mi regalo de cumpleaños. Mi mamá me dijo que lo cuidara muy bien, porque entre ella y mi papá juntaron los pocos centavos que podían de la venta de maíz y me regalaron este mi vestidito para este día tan especial, me recomendaron muy bien que yo lo cuidara, que si no lo hacía era como si no los quisiera; que el esfuerzo que ellos hicieron no valía la pena…-Soledad se quedo pensando ¿Qué le podía decir aquella pequeña niña? –no, no llores –soledad se sentaba a su lado para abrazarla – no fue tu culpa que el vestido se hubiera roto, no significa que te pongas así de triste; además con hilo y una aguja se puede remendar este pedazo de tela. -¡no!, ya no se puede… -¡si!, si se puede… -¡no; porque va quedar parchado, y el hilo se verá! – pero se puede arreglar -¡no entiendes!; no es el vestido, son mis papás; ¡estoy muy triste porque ellos van a pensar que no los quiero, y no es así, yo no tengo la culpa que don Jacinto sacara sus vacas del corral; estas están grandotas y cachudas… a mi me da mucho miedo las vacas, por eso me brinque el alambrado por miedo a ellas -¡te iba a preguntar eso! -¿Qué? – ¿de por qué estaba un trozo de tu vestido en el alambre?…-¡por eso!- contestó la niña de golpe y con un tono de berrinche –no te preocupes; pero… ¿cómo te llamas? – Me llamo Juana María, pero me gusta que me digan Juanita; -Juanita yo soy Soledad, y digo que no debes de llorar -¿Por qué no?, ¿no vez que voy a romperle el corazón a mis papás?; me siento muy triste, porque mi mamá se ha puesto a trabajar lavando ajeno para ahorrar y regalarme mi vestido, y yo soy una m-a-l…a-g-r-a..d-e-c-i-d-a! –se soltó en llanto imparable; y soledad no sabía qué hacer… ella solo se quedó a su lado, con su mano derecha con el pedazo de tela y Juanita llorando en su hombro. La sombra de un árbol de tamarindo las cubría, los rayos del sol atravesaban la copa del árbol, sus rayos de luz chocaban contra la tierra, Soledad veía como danzaba la luz cada vez que soplaba el viento, era algo irónico que la luz bailara al compás del llanto de una niña, que veía su futuro como una pequeña inconsciente que no quiere a sus papás…-¡te puedo apostar algo! –Juanita dejó de llorar -¿apostar?, ¡yo no quiero apostar!; eso es cosa para adultos y borrachos – se soltó en risa Soledad – no Juanita no te quiero apostar dinero… eso ni yo lo tengo; pero podemos apostar ahora y pagar cuando estemos grandes. -¿en serio podemos apostar?- si, para que tú no te asustes, así cuando seamos grandes las dos tendremos que pagar -¿y tú qué es lo que quieres apostar?- ¡tu vestido!- ¿mi vestido? -¡si es muy bonito!- ¿aparte de que se rompe tu me lo quieres, q-u-i-tar? –Juanita no concebía tan mala suerte; de tener que lidiar con unas vacas que le han amargado la vida, ahora lidiar con una loca, que quiere apostar por un vestido roto y para el colmo, no sabía que era apostar. -¿pero qué ganas o que gano?, porque según los adultos apuestan porque tratan de ganar algo –mira algo que me ha enseñado mi padre que suponer cosas del futuro nos dan miedo y por eso lloramos, que si tratamos de apostar a algo, igual se pierde o se gana; la verdad yo tampoco he apostado, pero ahora que te veo y sé que es algo que no me está ocurriendo a mí, veo y trato de comprender las palabras de mi papá cuando me dice que el miedo nos hace llorar, ¡creo que podríamos apostar!- ¿pero apostar que?. –De que si les explicas que pasó a tus papás, ellos no se van a sentir defraudados- ¿Cómo que no?, mi papá es capaz de molerme a palos por lo que hice –pero no fue tu culpa- ¡si hubiera tenido el coraje no me habían dado miedo las vacas! -¿y si estuvieras ahora llorando porque una te corneo?-¡por eso hui! -¡vez! Solo tenías miedo y saliste corriendo sin medir la consecuencia, porque tenías necesidad de protegerte. Tomaste una decisión, no deberías sentirte mal, de cualquier forma estas evadiendo el destino, ¡si te van apalear te van a palear, sino hubiera sido la vaca, va ser tu papá! –Juanita tan pequeñita, tenía los ojos retraídos, las pupilas dilatadas, porque aun siendo tan pequeña, las cosas que decía Soledad le hacían dar vueltas la cabeza, era la primera vez que entendía sobre el destino, y que era algo inevitable, y ¡ella soltó el llanto con más ganas! -¡Perdón, perdón!, no fue mi intención, creo que soy muy apresurada para hablar y lo dije sin pensarlo, o más bien, no sé qué me inspiró a decirte esto…-Juanita no sabía cómo controlar su desdicha, ahora era Dios quien estaba contra ella y la apaleada iba ser inevitable, ahora se sentía culpable porque desafió la voluntad de Dios al no dejarse arrastrar por una vaca; la vida no podría ser tan mas grosera con ella. –Si tienes valentía, tus papás te van amar…-¿c-o-m-o? -¡Sí!; los papás aman a los hijos valientes -¿Por qué?- porque los papás, admiran eso- ¿sí?-¡sí!, ¡por eso mi papá me quiere mucho! -¿tú eres valiente? –¡claro que sí! –Hablaba muy segura Soledad- ¿y cómo eres valiente? -Preguntó Juanita dejando de llorar porque, quería saber el secreto y si con la formula de Soledad podía evadir su destino, tomaría el consejo. –mira yo soy valiente…-y Soledad se quedó sin discurso; la niña de nueve años que era en ese momento no sabía de dónde sacar la respuesta a su afirmación, para poder distraer a la pequeña Juanita de su atolondrada vida; Soledad se sacó una carta bajo la manga para poder persuadir a la niña –te voy a decir… pero tú tienes que aceptar mi apuesta; -¿sigues con lo del vestido?- ¡sí! No voy a cambiar mi apuesta, ¿aceptas o no?- si es para que me digas el secreto, y salvarme de mi destino, ¡acepto! –bueno, yo soy valiente…-Soledad tenía que sonar muy segura para que Juanita la entendiera y creyera su parlamento; pero Soledad se acordaba muy bien de lo que tenía mucho miedo y ella pensó que tenia de dar un ejemplo de aquello que le aquejaba y presumir que había vencido su miedo. –¡yo no le tengo miedo a la oscuridad y a los seres que viven en el! -¿no le temes a la noche? -¡no! Por eso mi papá me quiere porque soy valiente!- con una voz de retadora la niña dijo sus frases –¿y cómo puedo ser valiente? –sencillo… debes de llegar a tu casa segura de ti misma, decirle que paso a tu mamá para que después le diga a tu papá, le inventas que la vaca te siguió y te quiso arrastrar y que tuviste que cruzar el alambre del corral y por eso se te rompió el vestido, pero que tú no podías enfrentar a un animal que te superaba en kilos, y le dices que esa vaca era de las más bravas pero que corriste para salvar tu vida porque no tenias otra opción; pero… se lo tienes que decir sin llorar, para que vean que eres fuerte y que luchaste por tu vida -¿enserio?-si tu hazlo; si los convences, me vas a tener que regalar un vestido cuando seas adulta, si yo pierdo, te voy a regalar un vestido, ¿aceptas la apuesta? -¡sí!- Juanita conoció que era tener esperanzas y tratar de confiar en la certidumbre de que si se comportaba como Soledad decía todo iba salir bien.

Soledad regreso de ese momento en el tiempo y sus ojos verdes se cubrieron de un brillo cristalino, y embozo una sonrisa de tranquilidad, ese recuerdo le daba tranquilidad, volteó al espejo de la sala y se vio con el vestido puesto, el vestido de la apuesta.

-Pueden irse tranquilas, Juanita no piensa y no quiere morir aun, ella me debía este vestido… y la verdad es que… ¡quien parte soy yo!.

El silencio de la sala se volvió pesado cuando Soledad comentó eso.

-¡Señora Soledad no diga eso por favor!, ahora ¿quién, será su sucesora?; sin usted la muerte podría llegar sin aviso, y el caos en el pueblo sería terrible porque usted de alguna manera nos mantiene al tanto… vaya es usted, bueno, usted sabe…-si no me diga más Genoveva, se a lo que te refieres, y yo no sé quien me supla, pero lo que si se es que mi partida esta próxima porque ya cumplí con mi tiempo con ustedes. –¡Abuela!- interrumpió Guillermo- ¡vez!, eso me refería con tu canción- ¡mi querido Memo!, recuerda lo del regalo, para mí no es algo malo, simplemente es una esperanza que tengo –Señora Soledad, ¿Cómo lo puede decir así tan serenamente?-interrumpió ahora Genoveva -¡cuando las cosas están en su lugar, y la paz llega plena a tu vida, lo única que te queda es descansar, ya no hay preocupación y ya no hay mas jornada por delante. ¡Además que desde la muerte de mi esposo y mi hijo no han sido jornadas gratas, pero ahora que en perdonado y entiendo los porqués de la vida, tengo ya paz- Rosario se acercó para abrazarla, y ella la tomo de la mejilla y le con lagrimas en los ojos, no sabía que decir.-no temas Rosario, tu ten tu alma tranquila, que aun no es momento de partir –¿será pronto abuela?-no aun no sé el tiempo… sólo sé que en una noche de luna llena he de tomar mi rumbo al lugar del eterno descanso. –¿y su sucesor doña Soledad? – quien me presida; ¡la muerte lo decidirá!.