martes, 28 de agosto de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


 "CUANDO TE QUEDES DORMIDO EL MIEDO TE COMENZARÀ A INVADIR"




Soledad se sentía tan abrumada por lo que ocurría que no podía hacer nada, su esencia era como el aire que acariciaba las hojas de los árboles. Soledad vio que la muerte hacia presencia ante los cuerpos de las víctimas del trueno, la muerte, extendió la mano y sujeto de la camisa al hombre, Soledad se sorprendió ver el alma del tipo que se desprendía con el jalón que estaba haciéndole, y el alma se incorporaba; el sujeto asustado, volteaba a ver sin comprender que sucedía;  solo veía brumas en el lugar, la muerte hacia presencia tras de él, Soledad observaba la escena, en ese mismo momento escuchó la voz  en el oído derecho que le decía –Esconde atrás del árbol y se discreta que lo que vas a ver no va ser bueno. Soledad presentía algo, el temor se apoderó de su corazón, porque sabía que algo más iba ocurrir, ella relacionó un ruido como grandes pisadas, de pronto escuchó una voz que tenía mucha maldad, una voz enojada, lo más que podía asimilar el tono de voz, era como de un hombre gordo, alto, cara enojada voz ronca y tono testarudo, como de alguien que la vida lo ha tratado mal. En ese momento recordó una parte de su niñez cuando un tipo de mucho dinero, le arrojó monedas a los pies, obligándola a ir a comprar cosas, cuando ella no era  sirvienta ni criada de la casa donde visitaba, recordaba el rostro de aquel tipo que la trató peor que su servidumbre, su voz tosca le hacía tener miedo. Soledad trataba de olvidar tal hecho del pasado, pero la voz le daba tanta curiosidad que ella misma quería ver quién era la persona que estaba en ese terreno.
-¡Vengo por estos dos! –¡vendrás por él, por el momento! –Contestó la muerte enérgicamente -¡Sabes muy bien, que ambos han cometido errores muy fuertes en sus vidas! –este insolente hombre por su avaricia y por procurar muerte a su esposa y ella por bruja. Sabes muy bien que las brujas son las primeras que entran en mi reino – de pronto el hombre comenzó a gritar despernadamente porque pudo entender que sucedía, de tras de él; erguida con su gran manto la señora de las sombras, frente de él; su dueño. El hombre tenía sus pies inmóviles y el miedo lo embargaba. –¡perdón, no fue mi intención!, -de que te sirve pedir perdón, ahora no sirve de nada, tu espíritu ahora es mío, has violado las leyes de aquel que protege a los vivos, nada podrá hacer ya él, tengo a miles implorando en las cavernas y en los fosos más profundos del mundo, otros consumiéndose en las llamas como si fueran el combustible de mi gran hoguera, así como la madera se quema, así eternamente muchos dan ese calor a mi reino, ese reino de sombras que muchos no les preocupa en vida, son tan indulgentes,  tan necios que como no ven “castigo divido” ante sus depravaciones, dejan pasar las buenas obras para consagrar su vida a las cosas fáciles y que oscurecen al alma –el hombre solo gritaba desesperadamente –Soledad escuchaba aquel lamento como un tormento, y su corazón no sabía qué hacer, pensaba en el niño, pensaba en la mujer -¿habrá muerto? – el hombre sentía su cuerpo hundirse en un fango, la tierra se había emblandecido para tragar su alma –¿y la mujer porque no le sacas el espíritu? -¡no puedo! Ella aun está viva, -¿por qué? –¡observa su mano! –una mano de dedos largos y uñas como garras negras, se estiraron para tomar la muñeca de la mujer y vio la mano,  la línea de la vida y la cortada que tenia había roto la piel un poco antes de que esta terminara, el símbolo era claro, la mujer imploró no sólo a la muerte sino también a Dios, la oscuridad comprendió que ella había sido ayudada por alguien con más poder -el diablo se inclinó y puso su aspecto desfigurado frente al rostro de la mujer –vendré por ti cuando sea momento y te haré pasar todo un tormento aun en vida, por esta traición; tú no debiste implorar en vida, ¡no!, solo por eso te dejaré sufrir para que implores nuevamente la presencia de la muerte, y tú –dirigiéndose al ente con la túnica oscura- no le concederás nunca más tu presencia –la mujer comenzó a toser tratando de jalar aire para volver a respirar- ¡y tú! No tendrás eso que tanto quieres, Dios respondió mi suplica para defender lo que más amo y sé que por la parte que tu deseas dañarme, “pax hominibus interra et gloria in excelsis Deo” recitó la mujer, haciendo referencia al canto ortodoxo, invocando a Dios, se escucho como un fuerte quejido que venía de aquel ser que al momento de recitarlo lo arrojó lejos del lugar donde estaba ella aun con vida. -¡recuerda! Tenemos un trato- dirigió la muerte sus palabras en cuanto se evaporaba por la oración.
La mujer con grandes esfuerzos se pudo incorporar y sentía que su cuerpo no tenía fuerzas, era como si habitara dentro de un guante, un guante que no era de su medida, como aquel que se pone una prenda que no es de su talla y le queda demasiado holgado, se arrodilló y pidió disculpas, e imploró a Dios, pidiendo perdón, agradecía que le diera aquel momento para salvar la vida de su  hijo. Arrastrando los pies logró caminar hasta el árbol tomó su bebé y caminó hasta el camino de tierra que atravesaba el llano, con pocas fuerzas iba diciendo –te deseo un padre ejemplar, aquel que no te pude dar, te deseo una casa donde te den amor y te sepan cuidar, te deseo seas hombre de bien y que ayudes a tu prójimo, que no desees lo de otros y que te llenes de alegrías, que tengas una madre que te haya estado esperando en su vida, que seas su destino, que Dios te bendiga hijo –cuando se acercaba al camino un joven de unos 25 años caminaba dirección a la mujer con  vestido en harapos, sucia, con quemaduras en la cara, cabellera desecha por la gran descarga eléctrica que había recibido, caminaba tambaleándose de un lado a otro, sus ojos comenzaron a lagrimear, decía con poca fuerza en la voz –que este hombre sea el indicado porque mi tiempo esta contado, señor, nada es casualidad, si él camina a mi dirección, es porque este niño, en sus brazos debe estar- la mujer tomó fuerzas y caminó decidida a entregar en los brazos de aquel joven a su hijo.
Héctor veía que una mujer salía de los grandes árboles que estaban a la horilla del camino, su aspecto era deplorable, apenas podía sostenerse; pero veía que cargaba un bebé el cual no paraba de llorar, Héctor pensó que la mujer necesitaba ayuda, se dirigió a paso veloz para saber que ocurría, veía movimiento en los arbustos, su pecho se acongojó al ver la escena pero a la vez sintió temor porque intuía que escapaba de algo, estando a unos pasos cerca de Héctor la mujer con un último esfuerzo levantó el bebé como señal de que lo debería de tomar,  cuando estuvo cerca se lo entregó en brazos de Héctor y la mujer se desplomó sobre el piso de tierra, Héctor no sabía qué hacer -¡Señora!, ¿me escucha? -¡toma al niño!, ¡te lo imploro, dale una casa! Y que sea feliz, no dejes que haga nada malo, cuida de él. -¡señora! -¿me escucha? –Héctor vio los ojos de la mujer, y la mujer lo reconoció –Vas a ser muy buen padre, porque usted viene de buena familia – esas fueron las última palabras que Héctor escuchó pronunciar a la mujer.
El viento comenzó a soplar y sintió tanto frio, que no entendía lo que estaba pasando, Héctor se arrodillo a lado de la señora y el bebé no paraba de llorar, tal vez fue el día que Guillermo lloró más que nunca; porque todo el prodigio que pasó nunca detuvo el llanto.
Soledad veía con gran tristeza la escena y su pecho desgarrado, por ver a su hijo con un pequeño niño desventurado que la vida le había arrebatado a su madre y su vida esté impregnada por el misterio de la muerte, la impotencia de Soledad de no poder cambiar ese pasado y  ser solo un simple espíritu reviviendo un capítulo de la historia. Su dolor ante el pasado era grande porque pensó que así como ese momento; existen en la vida de cada ser humano una historia desgarradora que se evita siempre recordar, para evitar llorar o sentir ese ardor en el pecho que duele, que hace que se abra el pecho para dejar salir las lagrimas del corazón. La impotencia era lo que más la mataba, ella lloraba; su dolor fue tan grande que la hizo caer arrodillada para poder soportar el dolor, solo aquel gran árbol en el llano era su cobijo y era parte de la historia que acobijaba el inicio de la vida de su nieto.
Héctor, volteó a ver a todos lados para ver que podría hacer, a lo lejos reconoció una pequeña casa al final del camino, se incorporó y caminó a paso veloz hasta la casa con bebé en brazos, la desesperación por tratar de ayudar a la mujer era tal que nunca en su vida se había sentido tan angustiado, al llegar a la casa tocó la puerta avisó a la gente que habitaba ahí y la gente salió corriendo para socorrer a la mujer, las señoras, niños y hombres que estaban ese día en ese lugar corrieron al saber la noticia, la gente corrió; al llegar al lugar no vieron a nadie, inspeccionaron el campo y  vieron solo el cuerpo del hombre con la piel de la cara reventada por el golpe eléctrico del rayo,  todos echaron a buscar a la mujer y no encontraron más que los rastros de sus pisadas que se perdían al otro lado del llano donde la maleza no les permitía ya ver. Y de la mujer nunca se encontró cuerpo o rastro alguno, quizás el diablo la hizo descender al infierno junto con su cuerpo físico.