viernes, 10 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


LA OTRA NOCHE

“Si tus miedos recurren una vez más a ti, es porque los fantasmas del pasado te están acosando”.





Las visitas ese día se fueron preocupadas por la revelación de Soledad, era seguro que aquella noticia correría como pólvora por el pueblo, sería tema de conversación en la casa de doña Genoveva, sin querer lo pasaría a comentar a alguien en el transcurso de su camino.

Mi madre sintió un apena muy grande en el pecho, cuando escuchaba las palabras del Heraldo, que podrían ser ya casi las últimas, porque en cualquier momento podría marcharse; ella salió de la sala y se fue a su cuarto, tal vez a llorar o simplemente corrió por la impresión de no saber qué decir.

Cuando despedimos a las visitas, fui a buscar a mi mamá, atravesé el solar, para dirigirme a su cuarto; me detuve a pensar lo vieja que era la casa, recordé que la tuvieron que comprar mis bisabuelos cuando la revolución se soltó. En un diario que es de la familia narra que mis bisabuelos salieron a mitad de la noche, bajo la total oscuridad de la pequeña finca que tenían a 40 kilómetros de este pueblo, en ese entonces, ellos tuvieron la noticia de hombres que se hacían pasar por revolucionarios; estos estaban asaltando, matando, robando y apoderándose de todas la tierras, en nombre de la revolución. Imagino el papa de mi abuelo, corriendo por la finca, recordando a su gente, tomando los caballos; ensillándolos, y despertando a todos sus hijos para partir en la noche, me transporto en el tiempo, imaginándome el miedo que dentro de la oscuridad podrían salir esos bandoleros en cualquier momento y comenzar con un tiroteo que acabaría con la vida de los campesinos, mujeres y niños de la finca. Mientras recuerdo camino por los pasillos de la casa, veo el viejo ropero de cedro que esta como un gran soldado resguardando el tiempo. Es en ese mismo instante que lo veo, recuerdo las palabras de mi padre cuando me narraba que su abuelo -tomo una carreta e hicieron subir ese ropero, fue el único mueble que lograron resguardar y sacar de la finca- ese ropero ahora resguarda el recuerdo pasmado en papel que ha sido escrito por la luz de un sol ya distante en el tiempo, cuando el color era inimaginable y las sales de plata podían a penas dibujar en blanco y negro, todo el mundo de color que existía en un lugar como una finca lleno de árboles con pinos y sabinos, ahí mismo donde quedó plasmado la creación de una fotografía del siglo XX, que tiene la crónica y la secuencia de la evolución de la fotografía, donde están las imágenes de los hermanos y hermanas de mi padre y de mi abuelo, esas fotografías que hablan de lo injusto que puede ser la humanidad cuando no te acoplas a los estándares de la época que se vive, como ha sido la moda. Es ver una pasarela dibujada con luz sobre el papel, donde los jóvenes de finales del siglo XIX usaban calzón de manta, y los terratenientes sobreros grandes y telas de campo, el bigote prominente y mal cuidado, o la barba cerrada y larga con un sobrero tipo de copa o de catrín, ver a la mujeres con sus vestidos largos y cabello recogido, sin escote, todas recatadas. Caminado en el tiempo, ver hombres de trajes de la década de los veinte y las mujeres con vestidos sin mangas con lentejuelas en las telas, tocados de plumas y la boca pintada solo por el centro, dejando sin cubrir con el labial las comisuras de los labios, esa época que mi padre me dijo que se llamo la época del charlestón.

Recuerdo una fotografía muy bonita de mi tía abuela, donde tenía el cabello sumamente bien peinado, las ondas de la cabellera no se veía ni un cabello alborotado o rebelde, finamente maquillada, con un vestido sin cuello y con guantes largos, mi padre decía que era un estilo hollywoodense de la década de los 40, época de la “Bella Vita” de un país llamado Italia decían esa expresión, pero lo más marcado fue esa tendencia que se veía de esa década hasta la época de la rebeldía, que fue los años 60´s donde los primos de mi papa, se dejaron creer el cabello, usaban playeras o camisas estampadas, era el color en su máxima expresión al parecer, pero las fotografías, mostraban un tono ocre y oxidado lo que hacía que se vieran viejas y el color no se apreciara más que en tres tonos, blanco, negro y amarillo. Los coches, las casas, las calles iban cambiando con forme pasaba el tiempo en las fotografías. Creo que la única manera de que nosotros podíamos ser mortales era por medio de la fotografía. Fue el elixir de la eterna juventud, donde uno siempre podría ser recordado con una imagen fiel; era como sacar un recuerdo de la mente y poder revivir el tiempo que se quedó congelada en ese instante.

Se me hace un nudo en la garganta y no puedo llorar, menos en estos momentos, porque no es correcto, tengo que ser fuerte, solo al ver ese tiempo que se ha ido, las personas que ya no están, entre ellos mi abuelo y mi padre, me parte el corazón, y tener la prueba fehaciente de que en ese ropero está guardado la prueba de su existencia, me hace que mi pecho se haga chiquito y me quiera romper en pedazos la existencia, ver que todas esas épocas han pasado, que están encerradas en un trozo de papel como si fueran sido conjuradas por alguien muy poderoso para que no se escaparan del tiempo y las inmortalizaran, como mi tía abuela que luce joven y con un brillo único de juventud en sus ojos, ahora no se en que parte del cosmos esté. Es tan rara la vida, y la muerte es tan misteriosa que no comprendo porque tenemos que partir, ¿no podríamos convivir todos en este mundo si necesidad de ver pasar el tiempo y desaparecer con él como un recuerdo olvidado?. Recuerdo el relato de la evolución, las fotografías de mis primos, de las fiestas de cumpleaños, de lo que fueron impresiones tomadas de una cámara digital, y lo más triste, saber que dentro de aquel guardián de madera, hay un estuche pequeño de plástico, que tiene una lamina de cobre con el recuerdo de bautizos, fiestas, graduaciones, despedidas; momentos que no se pueden ver, y que mi padre guardó para cuando todo volviera a la normalidad, y tuviéramos tiempo de compartir juntos esos recuerdos que están escondidos en una minúscula lamina de cobre y plástico. ¡Qué triste!, así como mi abuelo resguardo el ropero de aquella noche de caos, donde todo su capital se perdió en manos de gente mala, mi papá resguardo un trocito de carbono donde se guarda el recuerdo de muchas cosas bonitas compartidas con personas, familiares, amigos y gente que hoy ya no están con nosotros.

Creo que en cada década, en cada era, en cada momento hay un fin del mundo; para mi bisabuelo fue perder todo y comenzar de cero comprando esa casa vieja que había de heredar mis abuelos y que sería de mi padre y tal vez mía en algún momento, y para nosotros, fue perder todo lo cómodo que era el mundo, cuando el sol hizo estragos sobre la tierra y todos los sistemas colapsaron.

Mientras estaba absorto por las cosas del pasado, mi madre salió de su cuarto y me quedó observando y me dijo –Guillermo algún día tendremos la oportunidad de ver esos recuerdo, pero no es el momento, y si llega; juntos compartiremos eso que tanto tu padre quería hacer contigo: recordar y revivir el pasado, para saber que el futuro siempre va ser bueno- mi madre sonrió y me dio esperanza, el nudo que sentía en mi pecho se borro con su linda sonrisa. –¡camina!, vamos hacer de cenar porque hoy tenemos que verlo como un festejo -¿cómo un festejo? -¡si!, ¿no vez que siempre que nos encasillamos en una rutina perdemos la noción del ritual, de aquello que vale la pena ser disfrutado con cuidado, por el cuidado que se tiene que llevar?, antes que todo acabara, nos olvidamos de ver al sol o el atardecer, porque mucha gente ya no tenía la oportunidad de contemplar un ocaso, y cuando lo podían hacer, iban preocupados por llegar a tiempo a otro compromiso que tenían, ya no se reunían en familia para hacer de comer o cenar, era preferible aprovechar el tiempo en comer algo rápido y no perder el detalle de lo que pasaba en la televisión, se nos olvidó lo importante de compartir y servir, de sentir esas ganas de ser detallistas con las personas que queremos, mientras cocinábamos compartir una vivencia del día o soñar de las cosas buenas que podrían ocurrir en nuestras vidas. Se nos olvidó alimentar nuestras esperanzas, y reunirnos para darnos ánimos y desearnos que al siguiente día fuera un día que valiera la pena vivir. –Rosario tomó un suspiro y quedo viendo al vacio con la mirada perdida - ¡se nos olvidó!- Guillermo se acercó y la abrazó ambos sus ojos se llenaron de lágrimas, madre e hijo se consentían ante aquel pasado que tuvo que enseñar de manera bruta el sabor de la vida. (seguirá)