sábado, 7 de abril de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE

"Para la muerte no hay chapas ni candados"

(Tercera de la Tercera -última parte-)


Todo estaba dicho esa noche, entre fantasmas de un estado mental perturbado de Guillermo, la sorpresa de Gabriel de la noticia de Soledad, de la tristeza de Rosario por lo que el futuro prometía, y de la esperanza que guardaba el corazón de Soledad.

Guillermo se sentó en la cama, antes se había asegurado que la puerta estuviera bien cerrada, la ventana con los cerrojos puestos, no quería tener ninguna sorpresa, dejó la vela encendida, y decidió meterse a dormir, había sido un día muy pensado. Colocó la cabeza sobre la almohada y se sintió tranquilo porque esa noche dejaría una luz para poder ver en la oscuridad si llegara a tener otro feo sueño.

Los grillos cantaban ocultos en la noche, como si un ladrón se escondiera de las luces y este se pusiera a tocar un violín una melodía para despistar a las personas que deambulan por las calles a altas horas de la noche, para saltar de las sombras y robarle a su presa las cosas que posea en el momento de la sorpresa.

Las horas iban transcurriendo y las estrellas iban en su eterno peregrinar en el cielo corriendo del sol para ocultarse en el horizonte donde nadie las pueda ver cuando la luz inunde los ojos de los que las pueden ver.

Guillermo estaba más que plácido en el más profundo de los sueños, jugaba en un bosque y caminaba por grande pinos de gruesos troncos; donde sus brazos no alcanzaban abrazarlos; aquel joven de apenas 20 años, de cabellera negra, ojos redondos y color chocolatosos, así como su piel color canela, ese color que parecía haberse tomado de los grados dorados del café y sus mejillas rosadas que parecieran pellizcadas por el frio que se veían en un tono rosado, le hacía un contraste en su piel. Esa figura andante entre los grandes pinos de altas copas, donde la luz del sol apenas podía atravesar por pequeños orificios en el techo de la naturaleza; paseaba en buscar de una cuantas gotas de lluvias que fueron atrapadas como en hojas incrustadas en lo alto de los troncos de los árboles, ese sueño una voz le decía, que si podía recolectar ese líquido, su abuela podría vivir mas tiempo, Guillermo se sentía confundido porque en su sueños no tenia recipiente ni escalera ni mucho menos cuerda para poder trepar por esos grandes pinos. Su preocupación era tal, que salía del bosque en búsqueda de algún recipiente para poder recolectar el agua. Cuanto más caminaba se salía del bosque y tenía miedo de no saber el camino de regreso, cual volteo a ver divisó el pueblo de la Fe debajo de la colina donde él estaba; caminó por una pequeña vereda que lo llevaría hasta la primera calle del pueblo, pero en sus sueños la noche caía estrepitosamente y él sabía que no podía regresar porque la noche era algo peligrosa. Caminaba a paso veloz y se preocupaba porque no veía ninguna luz, los habitantes no habían puesto las antorchas en la calle, apenas sus ojos veían en la calle, sentía que caminaba en la nada, pero en un momento, una voz lo llamó –¡Guillermo!- y se detuvo para ver a todos lados, y como magia, se hizo la luz, de repente se encendieron luces a su lado derecho, después atrás de él, después a su otro extremo y por último frente a él. Cuando pudo acoplarse a tanta luz vio que estaba en medio de un parque pintado de blanco, con las lámparas que irradiaban tanta luz que recordaba que cuando era niño, veía las luces de los fotos y de las lámparas del parque y que tenía muchos años que no los había vuelto a ver hasta ese momento en sus sueños. Se sentía tan feliz porque sabía que estaba todo regresando a la normalidad, así como era todo antes del fin del mundo.

Alguien volvió a llamar - ¡Guillermo!- y la voz estaba muy cerca y sabía que era una voz muy familiar. -¡hola!, ¿Quién eres?- buscaba por el parque pero todo estaba totalmente vacío, solo veía toda esa luz blanca y los arboles de colores muy vivos, flores de clores y como un corredor de lámparas encendidas que se extendían al infinito. Al dar girar la cabeza a su derecha un rostro muy familia se hizo presente. El se sintió con tanta paz, y al reconocer el rostro esbozó una sonrisa que no podía contener tanta felicidad. Era la persona que más amaba, -¡papá! – hola pequeño coqueto, ¿cómo has estado? –bien, te he extrañado todo este tiempo – lo sé, quiero que sepas que siempre estoy contigo y que desde que vi esos hermosos ojos que encierran tanto misterio yo quedé impregnado de ti, y eres un gran ladrón -¿por qué papá?, ¿qué te he robado? – Todo Guillermo, te robaste, todo, y siempre estuve profundamente comprometido contigo, y agradezco a la vida por traerte hacia mí eres el mejor regalo que he recibido, y ¿sabes por qué eres el ladrón? –no ¿por qué? –Porque con tu mirada atrapaste para siempre mi alma sin que me diera cuenta –en ese momento un viento sopló y Guillermo comenzó a sentir frío, y sobre el corredor donde se extendían las luces del parque al fondo unas de ellas se apagaron, Guillermo volteó a ver y veía que alguien venia caminando con esa oscuridad y cada paso que daba se apagaban otras luces, su papá habló –Guillermo, ¡mírame!, Por cualquier razón sólo quiero que seas fuerte y valiente, recuerda que la fe es como una emoción como cuando estas enamorado y siente tanta seguridad en ti mismo que las cosas ocurren sin que se demoren tanto; recuerda que siempre estoy contigo y no tengas fe, y sobre todo, no dejes que el miedo te venza – cuando su papa terminaba de hablar aquella sombra que iba caminando con dirección a ellos llego al punto central del parque y toda la claridad se volvió nuevamente penumbras, el corazón de Guillermo comenzó a latir en tal intensidad que no sabía qué hacer -¡Papá!, ¡papá! ¡No me dejes! – y en un momento sintió pánico, algo o alguien estaba parado a tras de él. Y de la nada el frio se hizo insoportable y como re chinillo una voz le dijo –¡no temas Guillermo!- era como si la eternidad viviera en esa voz, porque pareciera que nunca iba a terminar de decir aquellas simples tres palabras. Guillermo quedó inmóvil no sabía qué hacer, la oscuridad no lo dejaba ver y no sabía qué hacer con todo el pánico que sentía. En su mente recordó un pasaje del salmo 91 “Con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro; Escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, Ni saeta que vuele de día, Ni pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en medio del día destruya.” Cuando recordó en medio de su terror, regreso a su cuarto, y vio su cuerpo sobre la cama, y la sombra frente a su cama, logró ver a un ser alto con una túnica negra desgastada, sólo vio que la vela se consumía y de repente se apagó, Guillermo no se podía mover y solo cerró los ojos y cuando pudo comenzó a gritar, cuando hizo eso ya estaba en su cuerpo, despertando de la pesadilla, pero aun creía que dormía porque la vela estaba apagada y la puerta del cuarto abierta, y él siguió gritando aun con más fuerza y la alta sombra frente a su cama camino a paso lento y salió de la recamara, Guillermo desesperado no sabía qué hacer era tanto su terror que gritaba mas y mas fuerte, hasta que desmayó nuevamente.

Gabriel llegó corriendo hasta el cuarto y se quedó espantado al ver a su hermano con medio cuerpo colgando por el borde de la cama. -¡Guillermo!, ¡Guillermo!, ¿Qué pasó?, ¿Qué paso?- Soledad y Rosario aparecieron luego, y vieron a Gabriel sostener el cuerpo de Guillermo en la cama tratándolo de hacerlo reaccionar.

Soledad vio la escena camino a lado de la cama de Guillermo y lo tomó de la mano, dio unos pasos alrededor del cuarto vio el lugar y lo analizó, tomo los fósforos que estaban en la mesa de noche y volvió encender la vela. Volteo a ver a Rosario y a Gabriel –esta noche tenemos que dormir con Guillermo, el nos necesita -¿Qué pasa abuela?- Mañana les contaré; pero hoy dormiremos acá,-¿Por qué no nos dice Soledad, no ve como se ha puesto Guillermo? –La noche es muy oscura y en ella hay seres muy poderosos que nosotros no podemos ver, pero sin embargo Guillermo si, por lo tanto no les puedo decir más, hasta que la luz de sol nos pueda proteger les he de comentar.