martes, 6 de diciembre de 2011

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE


LA HERALDO DE LA MUERTE.

¡Ese es tu nombre pero!… yo te conozco como agüizote.

Desde la antigüedad siempre se han conocido personas con el seudónimo de agüizote. Son personas que con su visita no traen buenas noticias, y no son muy bien recibidas al lugar que llegan o se les ve con desconfianza.

Mi abuela después de lo que mucha gente conoce como el fin del mundo, comenzó hacer algunas visitas. Las casa que visitaba, eran las personas que partían de este mundo, muchos decían que era la mano derecha de la muerte, pero en realidad ella al igual que mi padre, tenía ese vínculo muy especial que mi madre me comentó por medio de los sueños con las personas.

Soledad era una mujer muy respetada pero temida a la vez por la gente del pueblo, pero para mí era una abuela muy cariñosa y consentidora.

Después de desayunar me fui a su cuarto a verla, cuando atravesaba el patio de la casa para ir a su cuarto, se escuchaba un murmullo que venía de su habitación; era una canción, que me desalentaba, porque su letra decía:

Me voy lejos

Pero siempre tendrás mi aliento

Ahí donde mora el recuerdo

Estaré para ti

Solo ora un momento

Y recuerda este verso

Que estoy siempre en ti

Para darte consuelo

Me voy allá donde no me toque el viento

Porque seré parte de él

Cuando sientas lo fresco del aire

Será una caricia que te dé

Cuando termines de labrar

Cuando la jornada sea dura

Cuando no tengas paz

Mi alma te estará dando aliento.

Seré esa estrella en el firmamento

Que cuando no encuentres amor en este mundo

Tengas la esperanza que más allá

Alguien ora por que seas feliz

Que cuando tengas desazón

Piensa en el buen sazón

Que la vida te regala cuando

Tomas sabiduría

Porque una mujer muy linda

Me dijo un día

Que sabiduría era la palabra

De saber,

De saber de gusto, de un gusto por probar.

Cuando pienses que estas sólo

Solo búscame en el viento.

Y regálame una oración

Para que te regale un poco

De serenidad

Cuando tu corazón esté

Descontento.

Cuando caminaba y me acerqué a la puerta, la voz se detuvo en ese rezo, algo que invocaba al cielo, la despedida del tiempo. –¡Guillermo pasa! –di un salto cuando mi abuela grito mi nombre. -¡buenos tardes abuela!, ¿Cómo sabías que estaba cerca?, -sencillo, a esta hora de la tarde ver una sombra proyectarse sobre la pared del cuarto no es normal, y como no me habías venido a ver como lo haces de costumbre en las mañana, pues lo más lógico, fue pensar que eras tú.

-¡si discúlpame!, iba tocar, pero te escuche recitar unos versos, que tiene un tono de tristeza.

-¿tristeza?, ¡que errado!, ¿te sentiste triste?

-eso fue lo que pasó en mi mente, porque es como versos de un adiós.

-puede que para ti suenen a tristeza pero para mí es como una oración de esperanza, todo depende con qué intención tomes las cosas.

-¿por qué?

-sencillo, para una persona que está dolida con la vida, y que se ha permitido vivir cosas negativas, cuando la vida le da una pequeña ayuda u oportunidad, o aparece alguien que le obsequia algo; esa persona siempre lo va a tomar a mal, su mente negativa siempre pensará que lo que le regalan es con un fin, o que nada es gratis en el mundo, que al final ese pequeño obsequio lo va terminar pagando. A comparación con una persona entusiasta, que de todo lo malo que pueda pasar en su vida, saca lo mejor, para darle sentido a su vida, para vivir el sueño que quiere, cuando alguien está necesitado y está parado en la esperanza o la fe de las cosas, corre el riesgo de las circunstancias se vuelvan fáciles o sencillas, a comparación con la que siempre piensa que todo tiene un precio, las dos personas podrían recibir el mismo regalo al mismo tiempo de la misma persona, pero la primera que te describí pensará que alguien hipócrita quiere ganarse su afecto, mientras que el segundo, agradece y ve un acto noble de la otra persona, al dar un poco de su energía.

-¿de su energía?

-sí, la persona cuando te da un regalo de buena gana, que nació por dártelo, está dando de su tiempo, su esfuerzo al momento de considerarte en regalar algo, es la energía de sus pensamientos que hace que te considere, para envolver el regalo, el comprarlo, en hacer todo el detalle del obsequio, no solo te está regalando un objeto, te regala su energía. Esa persona tuvo el tiempo de pensar en ti y darte algo, por eso los obsequios son eso, energía plasmada en cosas que significan aprecio; ¡por cierto! Aprecio sueno igual a precio; lo que se traduciría que tiene valor.

-¿y qué relación tiene tus versos con lo que me comentas?

-¡sencillo!, igual como un regalo puede tener percepciones distintas para dos personas, igual para ti y para mí los poemas que he recitado, para ti significan tristeza, pero para mí significan esperanza.

-¿Por qué crees que me provoca tristeza tus poemas?, a caso ¿estoy mal?

-¡no!, ¡no!.

Cuando decía mi pregunta mi abuela sacudía la cabeza en desaprobación, de que mi sentir no era errado, ella se levanto de su silla, caminó hacia a mí para darme un abrazo. Sentí el calor de su cuerpo envolverme para darme seguridad, tenía mucho tiempo que no sentía un abrazo de ella.

Tomó con sus dos manos mi cara y me dio un beso en la mejilla derecha, se irguió y suspiró al verme a los ojos.

Mientras nos veíamos a los ojos, por mi mente pasaba las tantas tristezas que ha vivido mi abuela a lo largo de tantos años. Sabía que ya a sus 70 años, una mujer como ella, con la fama de ser la agüizote del pueblo ya era muy cansado, ser ella quien siempre platicaba por última vez con la gente; no era muy alentador.

Era sorprendente que a su edad se conservara muy bien, caminara sin problema alguno, su cabellera era blanca como las nubes en verano, cuando ha terminado una tormenta y sale el sol y estas se dispersan quedando un puñado dispersas en el cielo ya azul y todas ellas arrepolladas como si fueran lindos borreguitos dibujados en el cielo.

Por su edad su estatura no era más de 1,60, siempre vestían con faldas floreadas, con cuello redondo por arriba del busto, con mangas cortas, todo en una misma pieza, pero precisamente ese día, se puso una ropa de verano, un vestido que una amiga le hizo con mucha delicadeza, era un vestido blanco de algodón, la falda hacia dobleces en la cintura y se dejaba caer por sus piernas, haciéndola ver joven, era como si el vestido le hubiera traído el elixir de la eterna juventud.

Sus ojos irradiaban un brillo místico, algo que no se puede comprender, lo verde oscuro de sus ojos, su rosada piel, y su cabellera blanca, todo en su conjunto mostraba serenidad.

-mi amiga me trajo este vestido- comentaba mi abuela mientras daba dos pasos hacia atrás y me mostraba su nuevo vestido.

-¿doña Juanita te lo trajo?, ¿no se supone que ella ya no podía cocer y que sus hijas se lo prohibieron?

-¡si!, pero no se lo digas a sus hijas porque van a pensar mal, ya vez como es la gente de chismosa, ¡aun no aprenden! después de todos estos años los males que hemos pasado; ¡ojala! La gente en verdad hubiera madurado, ¡no que muchos se quedaron ilusionados con el pasado, esperando que todo volviera a la normalidad, y ¡ve!, ya han pasado 16 años desde que todo acabo, desde el fin del mundo, mira al vecino, que ya a su edad, tiene aun guardando su celular. Lo último de lo último, algo tan caro que nadie podía comprar, casi ni un mortal, tecnología de punta que lo podría llevar a las estrellas si él quisiera. Pero el pobre le daba tanta flojera leer sus manuales, que iba a perder dos horas de su vida ¡con saber quién! para que le explicaran como utilizar ¡un celular!, tu padre siempre comentaba que era extraño tener que platicar con personas de su edad que le hablan de celulares con tecnología que reconocía la voz del dueño, que tomaba fotos ultra profesionales, y que al final de cuentas el equipo tecnológico que adquirían solo les servían para llamar y mandar mensajes de texto, y por supuesto lo que estuviera de moda en lo que se conocía como Internet, pero nunca dedicaron tiempo para adquirir conocimientos, todo el tiempo se les iba en balde en chismes, comentarios y cosas que no les dejaba un bien a sus propios conocimientos, la gente hace años pagaba porque alguien más se ilustrara para que posteriormente les hiciera el trabajo y no esforzarse para saber o averiguar cómo.

-cuando me hacia el comentario recordaba ese momento tan difícil que me toco vivir cuando tenía 9 años, ver como un mundo se desboronaba, como ver que las noches eran eternas, sin luz eléctrica, sin coches, ¡de un día a otro un caos!.

-abuela, pero que paso en los primeros años, ¿digo después de que todo colapsó?

Cuando terminé de formular la pregunta mi madre toco a la puerta.

-¡Doña Soledad!, las hijas de doña juanita están en la sala; quieren platicar con usted,

-¡vez hijo!, que te dije, de seguro alguien la vio salir esta mañana y le fueron con el chisme a las hijas. Bueno es hora de ver si me dan una cachetada o me amenazan con llevarme amarrada a la frontera de la vida, ¡la verdad no dudo que ganas tengan!.

-¡doña soledad!, ¡por favor!, la gente no quiere hacerle daño…

-¡eso dices tú!, tu gesto es muy bueno Rosario, pero tú al igual que yo, sabemos la fama que tengo con la gente del pueblo, ¡vamos a ver para que requieren mi presencia! –la abuela salió del cuarto y camino hacia la sala, la tarde era fresca para ser verano, era una sensación rara para la época. Mi abuela atravesó tranquilamente y mi madre y yo la seguíamos.

Cuando mi abuela se presentó, María y Genoveva se levantaron del sofá de la sala para dar las buenas tardes. -¡vaya!, -contestó mi abuela en un instante-¡venia imaginándome como seria la impresión que les daría al entrar y estar frente a ustedes, señoritas. ¡Tomen asiento!- la abuela se acomodaría inmediatamente cuando las dos mujeres ahí presentes se sentaran. María era una señora de unos 50 años de caderas prominentes, cabello amarrado negro, ondulado; su cabellera se veía con friz y desalineada, su vestido que le llegaba por debajo de la rodilla, su rostro era redondo por sus kilos de más, y sus ojos castaños tenían muestras de haber sido corrompidos por las emociones.

-¡señora!, ¡señora Soledad!, ¡por lo que más quiera!, ¡dígame que mi madre no estuvo esta mañana con usted!; ¡que don Isidro ha ido con el comentario a la casa, y mi madre ha estado rara todo el medio día.

-¡calma María!, que tu madre solo me trajo a regalar el vestido que traigo puesto,

-¿mi madre?, ¡si ella ya no costura!

-¡si! Ella misma me lo trajo esta mañana. Al parecer se acordó de una apuesta que hicimos hace muchos años cuando éramos unas jovenzuelas enamoradizas.

-¡aun peor!

-¿pero qué?

-¡ella se está despidiendo, de seguro es eso!

-¡no!, ¡no!, malinterpretas su buen gesto de amabilidad conmigo, ella solo vino a dejarme el vestido y fue lo único que hizo. ¿Qué tendría de malo?

-¡ella mismo un día me dijo que cuando volviera a coser un vestido, sería porqué la vida la estaba preparando para despedirse de todos, ya que siempre a ella le gustó confesional. Gustaba siempre de los encajes, de las siluetas, de los colores de las telas…¡pero hace diez años, que la artritis no la dejaba trabaja!

-madre… no te lo quería decir, pero mi abuela no se ha quejado de su dolor en esta semana- interrumpió Genoveva- ella tomó aguja e hilo y su vieja máquina de pedal que tenía desde joven.

-¿aún conserva su primera máquina?

-¡si doña soledad!, mi abuela sacó de la pequeña bodega que tenemos en la casa su vieja máquina y comenzó a cocer.

-no tienen por qué preocuparse, ella está bien, cuando alguien recobra su fuerza es porque se siente bien. No porque se sienta mal. No es lógico pensar que ella quiera hacer algo raro o loco. Para que se sientan seguras, ella misma en la mañana me dijo que cuando mi hijo hizo el pacto de no suicidio con la muerte, la gente guardo juramento de eso y ella también lo hizo y prometió que aun bajo las adversidades ella respetaría el pacto. Así que ustedes tranquilas, al parecer van a tener a doña Juanita para rato.

-¿está usted segura?-interrumpió María.

-¡si!, no les digo que cuando alguien está bien, es porque algo bueno está pasando.

-no quiero sonar grosera doña Soledad, pero…

-¿pero? –Genoveva se encogió de hombros y agacho la mirada cuando Soledad la volteó a ver para saber con qué comentario iba a rematar.

-con todo respeto, no quiero comparar esto con lo que pasó con don Gabriel. Que igual una semana estuvo bien, pudo caminar sin dificultad, cantaba por las calles, fue a visitar a sus seres queridos, se puso arreglar el jardín y a limpiar los marcos de las fotografías de sus casas, y muchos comentan que él la siguió una mañana hasta la 4 sur; ahí donde está la pequeña ermita, que lo vieron platicando con usted, y precisamente al otro día de su encuentro con él, a don Gabriel sus familiares lo tuvieron que ir a ver allá en las casitas que están prohibidas ir; si no pasan antes con usted, porque usted es la responsable del lugar en lo alto del cerro.

-lo de don Gabriel fue algo que sucedió, y no tendría motivo alguno por dar explicación, lo único que puedo comentarles, es que él estaba feliz y se sentía complacido ya con su vida.

-¿porqué murió? –interrumpió María.

-fue su decisión. Recuerden que hay un pacto y solo puede morir aquel que ha cumplido su jornada y que así lo solicita, ese es el pacto, por eso no han existido pestes, nadie se ha quedado sin comer, y si hay alguna enfermedad no pasa de una gripa, o un mal de estómago, quizás un dolor de cabeza pero no más.

-¡señora Soledad!, por lo que más quiera, cuénteme ¡qué más platicó mi madre con usted?

-¡recuerdos hija, recuerdos!.



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