miércoles, 29 de febrero de 2012

EL PUEBLO QUE NUNCA MUERE

LA OTRA NOCHE... (Segunda)

"Hay una oración para el que teme a la noche"

Guillermo se acercó y la abrazó; ambos sus ojos se llenaron de lágrimas, madre e hijo se consentían ante aquel pasado que tuvo que enseñar de manera bruta el sabor de la vida.

Si alguien pudiera tomarles una foto en ese momento Guillermo y Rosario estarían guardados en el tiempo, conservando esa fracción de la vida plasmada en un pedazo de papel para poder ser recordados. Ambos se secaron las lágrimas y caminaron hacia la cocina que daba al extremo del pasillo donde está el ropero.

En la cocina estaba soledad, acomodando los platos en la mesa, ella los recibió a ambos con un abrazo y les dio un beso en la mejilla. Como una familia comenzaron a cocinar, Soledad preparando un poco de ensalada, Rosario amasando la harina para ornear un delicioso pan de naranja, y Guillermo en el pequeño horno de leña, cocinando. Mientras ponía la carne a cocer observaba a las dos mujeres de su vida compartiendo ese momento del día, un día tan especial, la que el Heraldo había revelado un misterio, el misterio de su propia muerte.

La noche calló y Rosario puso las velas en la mesa, las velas comenzaron a iluminar la penumbra de la habitación invitando a los habitantes de aquella casa pasar a la mesa y compartir los alimentos que con tanto carillo hicieron. La puerta de la calle se cerró, alguien había entrado al lugar, un cuarto plato estaba puesto sobre la mesa, aquel quien respondía con nombre de Gabriel, interrumpía la noche con su andar, atravesaba en la penumbra con sus pasos cansados, de un hombre que venía del campo.

¡Gabriel!, ¡hijo! ¿Qué tal te fue hoy?- se escucho el grito de Soledad que le hablaba al sujeto que entraba a la casa. -¡abuela!, ¡buenas noches! – se escucho entre las sobras la voz recia y gruesa de aquel hombre, mientras caminaba hacia la puerta de la cocina, la silueta se comenzaba a dibujar con la luz de las velas, y un hombre de unos 30 años de barba cerrada, alto, de piel a color bronce, del color que el sol le pone a los hombres del campo, cabellera castaña, con ojos redondos y pestañas tupidas, cejas gruesas. Sus prendas con el fino toque de la tierra, pantalones llenos de polvo y una camisa de cuadros, todas aquellas prendas hechas por artesanos, ya que desde hace muchos años ya no existían las tiendas donde uno podía ir a comprar la ropa ya hecha, para solo tallarse el corte y pagar por ellas, ahora era un grupo selecto de mujeres que les gustaba el oficio de hilar, hacían las telas para la gente del pueblo, por eso aquel pantalón y aquella camisa podrían hablar del arduo trabajo del hombre y del arduo trabajo de las manos que las confeccionaron para cubrir el cuerpo de aquel varón que hacia acto de presencia en la casa de Soledad.

Gabriel era el hijo mayor de Rosario, su trabajo era organizar el trabajo del campo con los campesinos del pueblo; entre todos, hacían los posible para que la tierra siempre tuviera cultivos y la gente del pueblo de la Fe tuviera alimentos para vivir; esa había sido la indicación de Julián cuando organizó al pueblo para que no murieran.

-¡Gabriel por Dios!, date un baño antes de sentarte a cenar con nosotros, te estamos esperando, pero no hay aflicción por esperarte un rato más. ¡Ve! Tómate un baño para que te sientas cómodo y compartas esta noche esta cena tan rica. –comentó Rosario. Gabriel entro aspirando el aroma del lugar y volteó a ver al pequeño horno de barro, que estaba en la cocina. -¿es lo que pienso que es?, ¡porque huele delicioso! –¡sí, pan de naranja! corre sino, no te vamos esperar –deja me apuro para venir a cenar con ustedes- Gabriel giró sobre sus pies para ir rumbo al cuarto de baño, tomó unas cubetas y entro asearse. Mientras esperaban a Gabriel para cenar, Soledad colocaba algunas velas sobre el pasillo de la casa; Guillermo la estaba observando, cuando de repente vio a Soledad sostener la mirada rumbo a la pieza de la casa donde está la sala, Soledad tenia la mira clavada al extremo del pasillo y Guillermo sintió un escalofrió, dirigió su mirada a donde Soledad tenia puesta la vista, su sorpresa fue tal, entre la oscuridad vio pasar un manto oscuro, caminó por el pasillo contrario de la casa; entró en la sala y se detuvo ahí, como si esa sombra los estaban viendo de igual manera. -¡Que es eso abuela! –Soledad salió del trance de su observación y volteó la mirada hacia Guillermo, sin saber que reacción tomar, ella solo regresó en sí -¿Qué cosa Guillermo? –Esa sombra en la sala- ¿Qué pasa? – Salió Rosario de la cocina- mamá ahí, ¡en la sala!- ¿Qué cosa? -¡la sombra!, ¿no la vez? -¡no! -¡calma Guillermo!, es sólo tu imaginación –contestó Soledad – Guillermo, no es nada –tu lo quedaste viendo, esa imagen o lo que era nos volteó a ver -¡Guillermo, puede ser que estas imaginando cosas por lo de tu sueño, recuerda que la noche confunde la mente haciendo que uno no pueda ver sombras en la oscuridad; ¡vamos a dentro! A servir la cena… -¡Pero! –¡no Guillermo, no hay peros, vamos, deja de estar viendo cosas! –Soledad caminó hasta el joven que estaba todo asustado, lo tomó del brazo y Guillermo mientras caminaba tomado del brazo por su abuela, volteaba a ver sobre el hombro con su vista rumbo al otro extremo del corredor.

(Seguirá)