Por: Mariana Gonzales.
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Comunicación /agencias
Lleva tatuado en su brazo izquierdo a
Sus días son agitados pues teme encontrarse al personaje que lleva colgando en su cadena de orégano –como le llama- la muerte; ya ha dejado el alcohol y drogas pues sabe que en su trabajo no le es redituable consumir el propio negocio, además de las veintena de veces que ha llegado al hospital por su “pasones”, por la memoria de su madre, de su perro que tanto quería, por eso y por muchas razones más juro a su Dios no volver a probar ninguna mamada que lo apendejará aún más.
Cuando tenía ocho años frente a sus ojos vio como violaban a su madre, dos hombres la hicieron desnudarse ordenándole que se bañará y después se introducirá unas tubos por el ano, mientras que ellos se masturbaban y gritaban: -¡Ya vez qué pasa cuando tu padre no paga lo que debe!-.
Son recuerdos que no puede olvidar y que le hacen cuestionarse día a día el porqué hay gente que nacen, vive y muere en la miseria… se sube a su camioneta “Durango” listo para probar que le depara el destino y temiendo no quererse encontrar al que lleva tatuado en su brazo izquierdo.
Mientras espera a que el semáforo cambie a verde, introduce su memoria usb al estereo de su carro para escuchar a uno de sus grupos y canciones favoritas “los corridos”, su música se ve interrumpida por un hombre que se trepa a limpiarle el vidrio. Lo ve y el tipo del vidrio se queda desconcertado.
Sigue viendo detenidamente al hombre y piensa en lo que hubiese sido de él si no hubiera conocido su negocio de estupefacientes, y sino hubiera matado a los 16 cristianos inocentes que debió eliminar para ganarse el respeto que hoy le merecen.
Él no conoce el respeto, ni el valor; la vida y la gente de la que está rodeada se han encargado de enseñarle a hacer lo que es, nada le ha dado la sociedad para ser otra persona.
Estaciona su carro del lado izquierdo de la calle, baja y dirige su mirada hacia un espectacular que anuncia una coca cola sin calorías, sigue caminando y avanza a la entrada de un hotelucho de cuarta que tiene por nombre “Salón Victoria”, entra y no se dirige hacia el recepcionista, sigue caminando hasta que llega a la habitación número seis, abre la puerta pero no hay nadie.
Se dirige al baño y busca con la mirada desesperada hasta que ahí lo ve, le grita y pregunta a la vez: lo trajiste, “no” dice una voz cortante… Pues ya mamaste guey…
Retumbó un ruido ensordecedor en los demás cuartos de “Salón Víctoria”.
Desiderata...
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